Alrededor del año 1600, un indio converso, de oficio escultor, se internó en el monte y se encontró con una partida de salvajes Mbayaes de los cuales logró escapar, ocultándose tras un grueso tronco. En los angustiosos momentos que pasó en su escondite, pidió a la Virgen salir con vida de aquella situación. Una vez libre de aquel riesgo, labró una imagen con el mismo tronco que le había cobijado como le prometió a la Virgen. Así comienza la devoción a la VIRGEN DE LOS MILAGROS DE CAACUPÉ.
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