MILAGROSA NOVENA a SAN ANTONIO DE PADUA (DÍA 3) | Fe y Salvación
Tercer día de esta Novena milagrosa para honrar a San Antonio de Padua, patrono de las mujeres estériles, y a quien por tradición se invoca para pedir un buen esposo o esposa. Rezada con devoción, esta novena ayuda a que el santo milagroso nos conceda los favores solicitados. Recuerda que la fiesta de San Antonio de Padua se celebra cada 13 de junio.
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Oración inicial
Padre lleno de amor, concédenos por intercesión de san Antonio que, siguiendo su ejemplo, nos dediquemos con amor al servicio de la Iglesia y de los hombres nuestros hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
De la vida de San Antonio
La nave en que regresaba Antonio a Portugal, fue arrastrada por la violencia de los vientos a las costas de Sicilia. Desembarcó el Santo y llegó a Mesina, donde los frailes que lo acogieron le informaron que se iba a celebrar pronto un capítulo general en Asís, al que podían asistir todos los hermanos de la Orden. Antonio se unió a ellos y, del 30 de mayo al 8 de junio de 1221, estuvo en el capítulo presidido por san Francisco. Terminado el capítulo, cada cual regresó a su provincia o marchó a la misión que se le había confiado. Antonio era un desconocido, recién incorporado a la Orden en tierras lejanas, y no tenía un destino establecido, por lo que el provincial de Romaña lo admitió en su provincia y lo destinó al eremitorio de Monte Paolo, cerca de Forlí, en el que no había ningún sacerdote. Durante unos quince meses, allí pudo el santo madurar su vocación franciscana, sacar conclusiones de su experiencia misionera, sumergirse en la contemplación y en la vida ascética. Hasta que un hecho, en apariencia fortuito, iba a cambiar el rumbo de su vida.
De los sermones de San Antonio
¡Oh inestimable dignidad de María! ¡Oh inenarrable sublimidad de la gracia! ¡Oh inescrutable profundidad de misericordia! ¿Qué gracia, qué misericordia fue o pudo jamás ser hecha a un ángel o a un hombre, tan grande como la que fue hecha a la bienaventurada Virgen María, que Dios Padre quiso que fuera Madre de su propio Hijo, igual a Él, engendrado antes de los siglos? Sería gracia y dignidad máxima que una pobrecita mujer tuviese un hijo con el emperador. En realidad, superior a toda gracia fue la gracia de María Santísima, que tuvo un Hijo con Dios Padre, por lo cual, mereció ser coronada en el cielo.
Te rogamos, pues, Señora nuestra, ínclita Madre de Dios, ensalzada por encima de los ángeles, que llenes con la gracia celestial el vaso de nuestro corazón; que lo hagas resplandecer con el oro de la sabiduría; que lo fortalezcas con el poder de tu virtud; que lo adornes con las piedras preciosas de las virtudes; que derrames sobre nosotros el óleo de tu misericordia, tú, olivo bendito, para que cubras la multitud de nuestros pecados, a fin de que merezcamos ser levantados a la altura de la gloria celestial y ser bienaventurados con los bienaventurados. Ayúdenos Jesucristo, tu Hijo, que te exaltó por encima de los coros de los ángeles, te puso la corona de Reina y te sentó en el trono de la luz eterna. A Él es dada honra y gloria por los siglos de los siglos. Diga toda la Iglesia: Amén, Aleluya.
Antífona: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor.
De los milagros de San Antonio
Un clérigo de Anguilara, llamado Guidoto, cierto día que estaba en la cámara del señor obispo de Padua, se mofaba a escondidas de los testigos que deponían acerca de los milagros del bienaventurado Antonio. Pero a la noche siguiente fue acometido de dolores tan violentos por todo el cuerpo, que creyó que irremisiblemente le aguardaba la sentencia de muerte. Estimándose, y con razón, indigno de conmiseración, pedía a su madre que, apoyada en su confianza, hiciera un voto al santo de Dios, para poder alcanzar así misericordia. Apenas hecho el voto desaparecieron los dolores, y antes de que llegara el día ya estaba sano; y el que antes había hecho escarnio de los testigos con la risilla de la incredulidad, viose obligado ahora a rendir testimonio ante la verdad.
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